Consejos Generales

El movimiento, esa maravilla de la naturaleza, nos permite interactuar con el mundo, y hace concretos los contenidos del pensamiento. Cuando el niño nace sólo mueve sus cuatro extremidades de manera asincrónica y no es capaz de sostener su cabeza que alberga un cerebro muy desarrollado para su cuerpo.

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Con el paso de los meses, y de manera mucho más lenta que otras especies de la escala evolutiva, los movimientos se hacen precisos y con un fin: el uso de las manos, el gateo y más adelante caminar. Estas destrezas surgen de manera espontánea en unos niños antes que en otros.

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La mayoría lo hacen bien dentro de lo que se puede catalogar como“normal”. Sin embargo, también por la variabilidad misma de la naturaleza, algunos no lo hacen o lo hacen de manera defectuosa, ya sea porque no hay una adecuada integración entre los diferentes sistemas que involucran el movimiento o porque hay una anormalidad en la formación de las palancas (extremidades).

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Estas causas pueden ser motivadas por razones genéticas o anormalidades en el desarrollo embrionario o fetal. También pueden ser el producto de circunstancias en el medio ambiente como es el caso de la inadecuada estimulación motora y afectiva del niño, especialmente importante durante sus primeros meses y años de vida.

Es por ello que el ortopedista infantil debe identificar cuándo el desarrollo del sistema muscular, esquelético y neurológico del niño se sale de lo normal y requiere de intervenciones destinadas a mejorar el movimiento y la interacción del niño con el mundo que lo rodea.

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Esto debe hacerse teniendo en cuenta que la principal ocupación del niño es el juego y que muchas variaciones normales son corregidas de manera eficiente por la madre naturaleza. Ninguna de sus intervenciones debe ir en contravía con estos principios para la consecución de un objetivo: el adulto sano.